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Nemesio ​Díez Arce

escritor de historias

Vintage Quill Pen

Se escribe lo que se recuerda

Se recuerda lo que sucedió o lo que debió suceder


Vintage Quill Pen

Nemesio ​Díez Arce

escritor de historias

Se escribe lo que se recuerda

Se recuerda lo que sucedió o lo que debió suceder


Nemesio ​Díez Arce

Nemesio Díez Arce nació en Irapuato, Guanajuato, en el año de 1965. ​Estudió Ingeniería de Alimentos en el Tecnológico de Monterrey. Hizo ​estudios de posgrado en la Universidad Texas A&M y en la ​Universidad Iberoamericana de México. Trabajó durante treinta años ​en The Coca-Cola Company en México, Costa Rica y Estados Unidos, ​viajando por toda América Latina y el mundo.


Se dedica a la consultoría organizacional en temas de Liderazgo y ​Sostenibilidad, y es catedrático en la Universidad Anáhuac y en la ​Universidad Panamericana en la Ciudad de México.


Es un apasionado de la enseñanza, la pintura y, en particular, la autoría ​de cuentos cortos y novelas. Contar historias, tanto en el coloquio ​como en los escritos, es para este autor la manera milenaria de ​compartir la vida y los significados. Su primera obra, Tierra de ​Manzanas, fue publicada en 2017.


Vive actualmente en Huixquilucan con su esposa Julieta y sus tres ​hijos de la misma edad: Sofía, Nemesio y Santiago.

libros

Terminé de leer “Agua Sucia” y lo disfruté de “pé” a “pá”. Tu ​capacidad relatora es espectacular y tus personajes ​entrañables, independientemente a la mezcla de relación real ​o imaginaria que con ellos hayas tenido. Tengo ganas de ​visitar Irapuato y recorrer sus calles, inclusive en medio de ​la terrible inseguridad que vive nuestro país y, en particular ​esa zona.”


José a. parra, ciudad de méxico


(...) 'Agua Sucia' es una narración honesta, contada desde el ​espíritu de esos personajes que todos hemos visto alguna ​vez. Que parecen 'macondianos' pero son de carne y hueso, ​tan humanos en su mirada, su ignorancia y sus creencias." -


Beatriz Rodríguez, escritora colombiana.

Comentarios de Agua Sucia

Artículo de agua sucia

de Laura suárez samper

y entrevista al autor


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Tierra de manzanas


NARRACIONES EN LA SIERRA TARAHUMARA A ​FINALES DE LOS AÑOS 80. UN VOLUNTARIO ​VIAJA A IUNA MISIÓN JESUITA PARA PRESTAR ​SU AYUDA Y NO TARDA MUCHO EN DARSE ​CUENTA QUE LA SIERRA ES UN LUGAR EXTRAÑO ​Y AJENO, LLENO DE DRAMAS Y COMEDIAS, DE ​PERSONAJES INCOMPRENSIBLES E HISTORIAS ​DE HEROÍSMO Y DE MALDAD QUE PUEBLAN DE ​MANERA PARALELA UN UNIVERSO QUE NO SE ​PUEDE EXPERIMENTAR, SINO SE VIVE EN ÉL.


INDÍGENAS, CURAS, MONJAS, NARCOS, ​VOLUNTarios, mestizos y fantasmas ​habitan la sierra. lugar mágico y ​terrible.


tierra de manzanas es una tierra llena de ​tierra y polvo, no de manzanas.

“…sé que sólo quién conoce la sierra, esos ​polvos, esas oscuridades, esas estrellas, ​ese sol picoso, esos caminos, esas curvas, ​esas hambres y dolores por falta de ​comida o medicinas debido a la distancia, ​puede escribir algo tan emotivo como ​esto.


¡Ah, cómo sufrí con la sacada de muela y ​con el episodio del ratoncito asustado!


Qué libro tan precioso y qué bien relata y ​describe el carácter de tanta gente que ​pasó por la Tarahumara.”


Lucía flores, chihuahua




disponible en:

México

Y próximamente...


Al Timón


El Liderazgo de Acción Positiva

y Centrado en la Persona, como ​respuesta al mundo de hoy.


Experiencias de liderazgo

luego de treinta años en

The Coca-Cola Company

en México, América Latina y a nivel ​global

Storytelling on a Typewriter

cuentos

para martha

2011

Te conocí dándome a luz. Así, en un parto como los de antes, como deben ser, ​sin cuchillo y a empujones. Fue una tarde de Marzo, según dice la constancia ​del registro. Volví a acordarme de ti con el olor de las mandarinas, ya ​cuando tú y yo éramos unos años más grandes. Recuerdo tu mano suave ​larga y cálida que ponías en mi mejilla para decirme que me querías mucho, ​como tantas veces antes y tantas veces después. Recuerdo también tus ​manos en mi cabeza consolándome y diciéndome a la vez lo estúpido que era ​colgarse de los muebles de la cocina, porque solía yo caerme de cabeza al ​piso. Me acuerdo de los intentos de andar en bicicleta y tus famosas curitas ​con alcohol que ardía como el carajo. Me acuerdo cuando me disfrazabas de ​todo, desde guardia del palacio, pasando por San José verdoso, y hasta ​madrileño con salero; aunque hiciera muecas en las fotos, tú siempre decías ​que era el españolito más guapo de todos los nacidos en este México ​nuestro. Me acuerdo de cómo hacíamos las tareas: para que de grande hagas ​el bien y no seas un mantenido, quiero recordar que decías. Recuerdo la ​multitud de profesores para leer y sumar, pero sobretodo te recuerdo a ti ​atrás de todos ellos, con la regla en mano y la mirada dura, porque sabías ​que en eso se me iría la vida. Te recuerdo con una sonrisota cuando me ​pusieron a leer enfrente del mundo y cuando gané un concurso de poesía ​declamada. Te arranque lágrimas, lo sé. Me acuerdo contigo en mis trece ​años, cuando se murió tu esposo, cómo pasaste los días y las semanas, al pie ​del cañón junto a la cama de terapias intensas, de rodillas en las capillas ​hospitalarias, y ahogando gritos de ahora qué voy a hacer sin ti. Recuerdo ​que lloraste mucho y que no nos dejabas llorar porque todo, ​absolutamente todo, iba a salir bien. Recuerdo tus catecismos in extremis. ​Rezas porque rezas, y amas a Diosito porque amas a Diosito, aunque me odies. ​Pues resulté amando a Dios y a mi madre más. Recuerdo que me contaste en ​una noche de extrañas aperturas, que fuiste bailarina, que tenías unos ojos ​grandes y preciosos, que te vestías con majestad, que de joven fuiste ​enfermera y una vez te atreviste a cargar una pierna amputada, que te ​metías a escondidas en el teatro de Silao con tus hermanos y que por ​momentos fueron artistas de teatro, carpa y melodrama; también una vez ​contaste que te persiguieron unos chamulas asustados que descubriste ​cuando se calentaban el trasero porque hacía un frío de miedo en ese ​Chiapas de sudores y sapos gigantes donde viviste en tus primeros años de ​casada. Recuerdo que siempre te preocupaste, que siempre decías que te ​teníamos con pendiente, aunque yo ya me afeitara y te diera tres nietos que ​te adoran. Recuerdo que eras combativa, que te gustaba La Cruz de ​apóstola, que ibas con tus cieguitos y con tus enfermitos, que llevabas a ​Dios en el cuello para los clientes que lo quisieran, que una vez por andar ​en eso azotaste en el templo al no fijarte en el escalón, y que te ​levantaste doliéndote hasta la médula, pero garbosa retomaste la entrega ​del Verbo; te recuerdo en tu vochomóvil blanco transportando pingüinos ​blancos porque era el día que les daban permiso de salir del convento. ​Recuerdo que cuando te dije que usaría la cochera para ensayar con mi ​rockband, solamente volteaste discreta los ojos al cielo y murmurando ​oraciones por las almas descarriadas dijiste sí, pero recogen todo. Mis ​amigos te recuerdan porque tú les dabas a probar el famoso pastel de ​secreto chocolate que yo quería solamente para mí. Recuerdo que estuviste ​en todas mis graduaciones, aplaudiendo y volteando a ver a los demás para ​que me aplaudiera, como de que no.

Te recuerdo llevándome a la universidad, dizque a pagar, aunque la verdad los dos ​sabíamos que querías ver quiénes eran mis futuros compañeros. Recuerdo que me ​decías que me cuidara de las lagartonas y que procurara no ver partos en la tele. Yo ​creo que tú me querías de cura, y aunque fuiste muy prudente, supe de las veladoras ​a San Ignacio. Y recuerdo que me pagaste todos todos todos los estudios con lo que ​ahorraste blindando hasta tu alma. Y ya cuando viste que había terminado, ​claramente me dijiste, ahora sí a trabajar para que no seas mantenido. Recuerdo que ​una vez te lleve a la cárcel, para que vieras cómo voluntariamente les llevaba a los ​presos la música y el Verbo, a tu imagen y semejanza, y recuerdo que, aunque te dije ​que te quedaras sentadita atrás, te paraste y te fuiste a hablar con los ladrones, ​los asesinos y los inocentes testigos de la justicia americana; les dijiste que se ​portaran bien cuando salieran y que les escribieran a sus mamás porque seguramente ​estaban con pendiente. Eso es lo que se llama valor. Te recuerdo también en mi boda, ​bailaste conmigo con toda la pena pero aprovechaste para aconsejarme consejos ​maritales; estabas contenta de que no me hubiera comido una lagartona. Recuerdo ​que te caíste de la silla cuando te dije que se te venían tres nietos de una sentada y ​en seguida te persignaste y los encomendaste a Santa Juana de Arco (rogad por ​nosotros) a quien más; ese día, nos contaste, hasta abrazaste al jardinero que ​solamente había ido a cortar el pasto. Recuerdo tu sonrisa pasmada cuando te ​llevamos a ver a tus nietos, y recuerdo que les enseñaste a bailar en la cuna y les ​cantaste el tema de Las Fiestas de San Fermín, cuál otro podía ser. Te recuerdo un ​Viernes Santo a tus ochenta, en la fría banqueta platicando con tus nietos, ​esperando a los encapuchados con antorchas, contando las saetas que le aventaste ​a La Macarena otra noche cuando tenías veinte. Te recuerdo en tus muchas ​enfermedades, casi todas del corazón, porque lo usabas mucho para todas las cosas ​que hacías. Te recuerdo cómo se te fue apagando el discurso y cómo tus bailes se ​tornaron inmóviles, pero también recuerdo que cada vez que me veías sonreías y ​querías ponerte a barrer, como la Marta del Evangelio, puesto que tú barrías con ​Jesús y sin Jesús presente. Te recuerdo con el Jesús en la boca, el cual entonabas mil ​veces cuando se oía el rayo, y recuerdo que Jesús te contestaba un millón de veces, ​bendito, bendito, bendito sea Dios. Recuerdo que en el antepenúltimo Diciembre ​cantaste copa en mano y coro con tus hermanas, el gran éxito de tu propia alma, una ​canción llamada que si porque tomo soy borracho, que si porque no tomo cobarde. ​Recuerdo que te fuiste en Septiembre de regreso a ver a tu Jesús y a tu marido, de ​manera ordenada y puntual, como siempre hiciste las cosas. Te recuerdo, en fin, al ​final del final, mandándome siempre el mismo beso con el que me presentaste al ​mundo.


Gracias y que Dios te bendiga.


Morelia, Michoacán, México

Noche del 15 de septiembre de 2011

para martha

2011

valentina

2009



Me acuerdo bien. Fue en Noviembre, una mañana de ​martes. Todos llegaron tarde a la cita, menos yo. Me ​ataron a un poste de madera pobre, lleno de corazones ​labrados por las navajas de tristes amores. El único ​color en el frío y en la humedad de la neblina era el ​rojo de mi vestido. Me dejaron usarlo con mi rebozo ​por una piedad de morbo. Lo recuerdo perfecto. ​Recuerdo al detalle microscópico todos y cada uno de ​mis milagritos cosidos en la tela llena de magia. Ese ​vestido de Valentina era mi favorito por su color y sus ​milagros, de los cuales mis favoritos eran las ​figuritas de latón representando a mis tres hijos, ​hincados en oración ferviente, cerca de mi corazón y ​mis costillas.

Los soldados descalzos apuntaron y dispararon a la ​orden cobarde del único que portaba gorra y sable. ​Sentí las balas hasta el alma. El humo de los rifles se ​disipó al terminar de aullar los perros, y todos se ​dieron cuenta –hasta yo- que seguía viva. Los ​milagritos de latón estaban rotos. Los soldados ​descalzos huyeron y se destrozaron los pies entre las ​piedras y los nopales. Mi tela de Valentina, llena de ​magia, había hecho el conjuro. Yo respiraba, aún, la ​humedad de la mañana.




CUENTOS VESTIDOS DE MUJER

Cuentos inspirados en la vida y obra de la pintora Aliria Morales, en el ​marco de su Exposición 8 CONJUROS DEL ALMA, llevada a cabo entre Marzo y ​Mayo de 2009 en la Universidad del Claustro de Sor Juana.


póstumo

2009

CUENTOS VESTIDOS DE MUJER

Cuentos inspirados en la vida y obra de la pintora Aliria Morales, en el ​marco de su Exposición 8 CONJUROS DEL ALMA, llevada a cabo entre Marzo y ​Mayo de 2009 en la Universidad del Claustro de Sor Juana.




El barquero remaba en los canales bordeados de miles de ​flores. No podía verle la cara porque era de noche, sólo ​alcanzaba a observar la larga pértiga hundiéndose en el agua ​negra. Todo olía a nuevo, a flores naranja, y a pisoteadas ​semillas de cacao. Nerviosa, jugueteaba en mi mano con los ​dos tostones para pagar el peaje. Sentía en mi piel el dulce ​tacto del lino de mi traje, el de gala púrpura, sí, como el de ​los grandes emperadores de Bizancio. Avanzamos hacia una ​gran caverna al final del río. No era una caverna en realidad, ​sino una inmensa puerta de madera con grandes marcos ​metálicos, y una cerradura central en forma de boca abierta. ​Nos detuvimos. El barquero se incorporó con lentitud ​dejando salir mariposas de colores entre los pliegues de su ​negra túnica. "Son dos pesos" murmuró con tristeza. ¿Dos ​pesos? ¡Pero si siempre me dijeron que eran dos tostones! Dos ​tostones de cobre. Mis amigos lo previeron así, y el día de mi ​entierro me pusieron las monedas en las manos después de ​amortajarme con mi vestido Póstumo. Así lo dicté yo en la ​carta: el Póstumo, el de grecas moriscas sobre el fondo ​blanco, el que hilé desde el principio pensando en el final, ​con hilo de hechicero eterno e inmutable. "Sólo tengo dos ​tostones, no más…Por favor, no puedo regresar y necesito ​estar en el Paraíso esta tarde sin falta" le dije al barquero ​haciéndome la valiente.


El barquero me miró de arriba abajo y juro que le brilló la ​mirada muerta. "Hace algunos siglos fui un sastre bien pagado ​por los que ostentaban el banal poder. Reconozco un vestido ​mágico de inmediato. Por la oportunidad de verlo en ti, te ​dejo pasar por lo que traes." No dijo más, recibió mis monedas ​y golpeó la puerta con la pértiga. El gran portón se abrió y ​entré. Llegué al Paraíso a la hora pactada con el atuendo ​adecuado.



Amanece en Quito. El cielo es azul, el aire es azul, el frío es azul, y la vida ​comienza a azularse a estas horas de Dios que son las siete en la mañana. ​Estamos en la entrada de la catedral. En contra esquina se encuentra un ​soldado galante y engalanado, de casco blanco y pantalones chistosos, a ​quien le están limpiando las botas con lustre del oso. El hombre de traje ​ha salido de un hotel de la plaza y camina hacia el templo; contempla a ​los colegiales y colegialas que caminan hacia el futuro incierto, a las ​monjas cafés con la cara de buenas gentes, y a los hombres que mendigan ​con la sonrisa dormida. El hombre del traje va a misa; lo hace por varias ​razones: la primera porque se siente culpable, él cree que necesita pedirle ​a Diosito que le ayude con su esposa, con la que tiene tantas broncas. “Si ​le pido a Dios que ella entré en razón, la cosa regresará a como la cosa ​era antes” piensa. La segunda razón es circunstancial, la noche anterior ​no había podido dormir y las campanas de las seis treinta no perdonan ​nunca, por lo que no había manera de evitar levantarse antes de querer. ​El hombre del traje se lo puso sin bañarse, y con un peinado de dos ​tiempos, salió sin desayunar dejando dormidos en el hotel a todos los ​vivos y muertos.



MISA DE SIETE

2012




A las siete de la mañana, la catedral de Quito tiene el resplandor del ​más allá. El hombre del traje entra por la entrada, y sigiloso camina ​hacia la última capilla; pasa de largo sin observar cómo los santos ​lo observan, cómo la Guadalupana levanta la mano derecha para ​saludarlo, cómo el mismo Mariscal Sucre se ha agitado en su cripta ​porque el sacristán le ha mostrado el periódico de esa azul mañana ​de Octubre. “Qué tristes las cosas en mi patria y en la de Simón” ​piensa Sucre, se acomoda la patilla, y regresa a su sueño eterno, ​esperando el juicio eterno que todos sabemos tiene ganado. El ​hombre del traje sigue de largo sin ver la tumba de Don Jijón de las ​Flores (1828) o de San Ursiginio, patrón de algo que la piedra ya no ​anuncia de tantas veces que la gente se ha recargado en el mármol ​por siglos de siglos. La capilla se encuentra atrás del Altar Mayor, ​donde ahora hay dos monjes de hábito franciscano, jóvenes con ​tonsura en el pelo, sandalias de caucho. Los monjes arreglan el ​altar para la misa de ocho, llevando y trayendo patenas y cálices, y ​frasquitos y un micrófono, y colgado al cuello traen un rosario ​demasiado grande, uno de ellos tose y tose, el otro voltea los ojos ​al cielo, uno lleva una crucesota al cuello, el otro sonríe como si ​conspirara, y ambos recuerdan el cuatro de octubre, donde ​celebraron con los dominicos la gran amistad entre Francisco y ​Domingo, entre cantos, verbenas y una que otra copa de anís del ​bueno, y cómo aun, después de ochocientos y pelos de años, estos ​santos se dan la mano.






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Abro los ojos y veo cielos grises; son varios, de varios grises, y no hay una sola nube, ​a menos que sea gris y se confunda. Todo esta quieto y en calma, todo bonito.


“¡Dios mío!” – pienso, si se puede pensar entre signos de admiración- “¡qué a gusto ​estoy, qué diferencia con los últimos años!”. Estoy acostado en cojines blancos y ​mullidos como un sultán de antaño. No escucho nada salvo el rumor de pájaros ​invisibles. Ni siquiera se escucha el viento.


Me estorba esta espantosa corbata amarilla, “¿quién habrá inventado esta tarugada?” ​-pienso-. Algún tonto en el siglo donde los hombres necesitaban pavonearse para ​conquistar tierras y gentes. Tampoco entiendo por qué tengo que estar vestido de ​traje, si soy un sultán y recuerdo, de mis días de cuentos, que los sultanes usaban ​toda su vestimenta holgada, con capas de seda y turbantes llenos de joyas. Qué bueno ​que no traigo turbante, solamente este traje negro y estos zapatos de negro charol ​que no me aprietan en absoluto.


Levanto la vista hacia el paisaje: todo está blanco, granizado hasta donde me ​alcanzan los ojos. Hay árboles ya sin hojas castigados por el hielo pero con ramas ​en formas graciosas, como si estuvieran alabando al dios de los árboles. Más allá, ​hacia el Este, están los pájaros invisibles; son negros con el pecho blanco, y escucho ​mejor su cantar: suena como una fiesta infantil, de esas de payasos y guerras de ​pasteles, como la mía cuando tuve cinco años. Mejor, mejor no pienso en esa, me pone ​triste: mi papá no me trajo el balón de cuero que le había pedido. Trajo una pelota de ​goma, claramente barata y comprada, a última hora, en la tienda de un aeropuerto en ​la tierra de nunca jamás. Yo que lo había pronosticado y presumido a todos mis ​amigos de la escuela: ¡malditos!, se rieron de mí toda una semana y nadie quería jugar ​con el balón barato.


Me incorporo un poco y me reclino sobre el borde de madera de esta cama, y entiendo ​por qué me siento tan a gusto, es por la agradable sensación del bamboleo del viaje.


Porque sí, nos movemos. Ahora se escucha una música de banda muy lejana. Claramente ​el tipo del clarinete no afinó lo necesario, pero la tambora está en su punto. Se oye ​como un sueño, seguramente porque estoy soñando, aunque, ¿quién sueña vestido de ​traje? Debe tener algún significado… tan pronto despierte consultaré la ​correspondiente enciclopedia esotérica. ¡Ah!, como aquella vez que soñé con unos ​sapos que invadieron la cochera de mi casa y plantaron un árbol lleno de regalos ​navideños, que al final eran bolsas llenas de cacahuates y silbatinas. El libro ​consultado al despertar establecía de manera erudita que el sapo en el sueño es un ​símbolo de sacrificio y redención. Nunca lo creí, pues siempre me pareció que los ​anfibios no pueden tener significados tan profundos, ¿o sí?


Mi cama y yo nos movemos por el campo blanco. Suerte que no estábamos afuera ​cuando llovió así. Siempre me pregunté qué le pasaría a alguien que fuera atrapado en ​una granizada. Imagino que moriría.


Contemplo el camino que hemos pasado y veo muchas pisadas que se pierden en ​lontananza. ¡Ah!, entonces es que me están llevando. La revelación me hace sentarme y ​al hacerlo cae una florecita blanca en mi regazo. Me sorprende que haya traído una ​flor en el ojal. Una vez, una sola vez en toda mi vida he usado una flor en el ojal: ​cuando fui padrino de Pepe hace muchos años y juré no volver a ponerme algo así, tan ​poco masculino. La arrojo con desdén hacia el camino y se pierde disuelta en las ​bolitas de hielo. Está bien, olía mal de todos modos.




MIS AMIGOS

2007

Men in Black Suit Carrying Casket in Graveyard

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